El príncipe de Maquiavelo: desafíos, legados y significados
Jorge Andrés López Rivera, Compilador
Cali, Pontificia Universidad Javeriana y Universidad del Valle, 2014, 286 páginas.

Rafael Silva Vega*
Universidad ICESI, Cali, Colombia
Licenciado en Filosofía de la Universidad del Valle, con Maestría en Filosofía Política y ética en la misma universidad. Realiza estudios de Doctorado en Ciencias Sociales con Especialización en Estudios Políticos en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Ecuador. Actualmente es Profesor Asistente de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Icesi y miembro del grupo de investigación "Nexos". Sus áreas de interés investigativo son la teoría política, la ética aplicada y los problemas históricos y actuales de la democracia y la ciudadanía.
E-mail: rsilva1@icesi.edu.co

* Agradezco a Javier Zúñiga Buitrago, profesor de la Universidad del Valle, y a Angie Viviana Romero Alegría, secretaría del Departamento de Estudios Políticos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Icesi, por su lectura y valiosas observaciones sobre el manuscrito inicial de este escrito.


Fruto de un esfuerzo académico e intelectual de varios estudiosos e investigadores de reconocidas universidades de Estados Unidos, México, España y Colombia El Príncipe de Maquiavelo: desafíos, legados y significados es una compilación de ocho trabajos interpretativos sobre Il Principe de Niccolò Machiavelli publicada por la Universidad Javeriana y la Universidad del Valle, ambas de Cali. El libro, que vio la luz a finales del año 2014, es un homenaje a Machiavelli o, para decirlo en términos del propio proyecto editorial que aquí tengo el honor y el placer de reseñar, a las contribuciones y a los retos intelectuales que este pequeño opúsculo nos ha legado desde hace quinientos años -1513-, cuando fue redactado por su autor. Más allá de la conmemoración por cumplirse cinco siglos de su escritura, Il Principe es una obra de talla universal sobre la cual han existido sobradas razones para ser comentada y criticada en distintos momentos y circunstancias históricas. De lo que, a la postre, dan cuenta los autores de la compilación que aquí nos ocupa. Pero, sin lugar a dudas, quienes aquí comentan este clásico del pensamiento político se proponen desde sus distintas preocupaciones, como ya lo han hecho muchos intérpretes anteriores a ellos, descifrar el misterio que encierra esta pequeña obra del ex-secretario florentino. Lo cual ya es una aventura y un deleite para el lector que se propone seguir con paciencia los esfuerzos y las estrategias que cada uno de ellos emplea para penetrar en el pensamiento y en la escritura de un autor en sí mismo enigmático, que vivió en una época tan misteriosa y fascinante como él.

De la vida personal y pública de Machiavelli, como es corriente en muchos casos, se saben algunas cosas y otras no. Es conocido que de niño su padre le consiguió un maestro con el que aprendió latín y estudiaba a los autores clásicos del mundo griego pero, más asiduamente, del romano -esa predilección la conservó hasta sus últimos días. Salvo esta información, sus biógrafos pueden volver a saber de él en 1498, a los veintinueve años de edad, cuando fue nombrado, por mayoría de votos, como Secretario de la segunda Cancillería de la República de Florencia, empleo que conservó hasta el año 1512 en que cae el gobierno republicano de la ciudad. Para ese entonces Machiavelli ya era una persona culta y erudita, lo que hoy en día conocemos como un humanista, formado y versado en el estudio de los clásicos y rodeado de un círculo de amigos y compañeros de trabajo de una gran erudición como Marcello Virgilio quien fue uno de los grandes humanistas de la época, discípulo de Landino y Poliziano, y profesor de Letras en el Studio de Florencia. A partir de este hecho nuestro autor hace su ingreso en la historia y sus biógrafos pueden empezar a obtener datos para dar cuenta de él, de su vida privada y pública e, incluso, de cómo las circunstancias de la primera tenían efectos sobre la segunda. Por ejemplo, Ross King, en su Machiavelli Philosopher of Power, afirma que por el año de 1510 Machiavelli fue denunciado de forma anónima ante los Ufficiali di Notte e Conservatori dell'onestà dei Monasteri, una institución encargada de perseguir la sodomía.1 Pero que, a diferencia de Leonardo da Vinci quien fue acusado de haber sodomizado a un joven de diecisiete años, Machiavelli lo fue de haber sodomizado a una conocida prostituta de la época llamada Lucretia, más conocida como "La Riccia". King sugiere que la denuncia provenía de los enemigos políticos de Machiavelli que lo querían desprestigiar para socavar su posición en la Cancillería y sostiene que esa denuncia nunca prosperó, pues no se probó la culpabilidad del autor (King, 2007: 109-111).2 Más sugerente aún es el rasgo que rescata Pasquale Villari, otro importante biógrafo, sobre nuestro autor. Al decir de Villari:

Su prodigiosa actividad era principalmente literaria; pudiera decirse que casi toda su vida estaba en sus escritos, aunque su experiencia fue múltiple. En esto se diferencia profundamente de Guicciardini, que llegó a ocupar un puesto elevado, dejó sentir su poder y su autoridad personal de modo muy notorio (Villari, 1984: 10).

Como estos datos biográficos e históricos sobre Machiavelli podemos encontrar muchos más que dan cuenta de las dos figuras que le interesan resaltar a Delfín Grueso en su trabajo titulado La mentalidad del funcionario tras la escritura de El Príncipe. En el trasfondo del escrito de Grueso está la pregunta sobre cómo entender la relación entre la figura del funcionario público y la del escritor en una obra como El Príncipe, una cuestión que, a mi modo de ver, es sumamente interesante y que, de hecho, puede ser extendida al conjunto de la obra del autor. Ante todo, lo que le importa a Grueso, según sus palabras, es "resaltar la mentalidad del funcionario que está detrás de la escritura de El Príncipe". Es decir, la tesis según la cual fue "un funcionario y no un académico" el que escribió esta obra. Desde este punto de vista, Grueso, de forma audaz, le niega a Machiavelli cualquier crédito en el campo de la ciencia política o de la filosofía política. El ex-secretario florentino no es, entonces, ni un académico, ni un científico, ni un filósofo de la política es, tan sólo, un burócrata al servicio del poder político de turno. Es más, Grueso va más allá y liga el estilo con el que se expresa Machiavelli en su obra con una prosa que califica de "incipiente", propia de un funcionario, de un burócrata que solo escribe "por encargo, bajo sueldo y con una estipulación general de cómo el texto debe ser escrito y de qué se le deja abierto a su decisión". Grueso toma como evidencia de su tesis el hecho de que Machiavelli deseaba que El Príncipe fuera conocido por los Medici y que sus Historias florentinas fueran escritas por encargo por uno de los miembros de este poderoso clan familiar. En tal sentido, Grueso afirma que el famoso opúsculo no es más que un manual "que acompaña ciertos artefactos y que instruyen al operario sobre su manejo adecuado".

La tesis que sustenta Grueso, en el primer trabajo que aparece en esta compilación, es sumamente controversial. En primer lugar porque no existe evidencia histórica de que la redacción de El Príncipe estuviese necesariamente ligada, en primera instancia, al posterior deseo de su autor de que éste fuera conocido y leído por uno de los miembros de los Medici y a su intención de dedicárselo a uno de ellos. Aún más, El Príncipe no fue escrito por encargo, sino por una decisión personal de su autor y como un ejercicio intelectual producto de su pasión por los clásicos de la antigüedad y su habitual lectura y reflexión sobre ellos. Así, por lo menos, parece indicarlo la Lettera del 10 de diciembre de 1513 de Machiavelli a Francesco Vettori, carta en la cual el autor habla por vez primera de la composición de esta obra, de su contenido y del ritual que cada noche emprendía, ya cesante de su cargo público, cuando llegaba a su escritorio para entrar "nelle antique corti degli antiqui huomini, dove, da loro ricevuto amorevolmente, mi pasco di quel cibo, che solum è mio" (Machiavelli, 1971: 1158-1160). De hecho, salvo sus informes diplomáticos -tareas inherentes a su cargo público- la única obra que fue escrita por encargo fue las Historias florentinas. E, incluso, en esta obra que es un trabajo encomendado por Giulio dei Medici -en ese momento papa Clemente Séptimo- Machiavelli usa su escritura como un medio para expresar su propio pensamiento y no la verdad oficial del régimen de turno. Es sabido, por una carta de Donato Giannoti de 1533, que Maquiavelo le había confiado a éste que la clave de lectura para comprender la manera como examina y juzga, en las Istorie fiorentine, las acciones de los Medici son los discursos que pone en boca de los adversarios políticos de éstos.3 Por lo demás, basta revisar la correspondencia personal de Machiavelli, que es lo suficientemente vasta, para obtener suficiente información, por parte de él mismo, de sus amigos, conocidos y colegas de trabajo, que indican que el ejercicio de la escritura de Machiavelli era, como lo anota Villari, su principal actividad. Incluso, bien podríamos decir que es su extraordinaria actividad literaria la que le da forma al tipo de funcionario público que es Machiavelli. Esto bien puede probarse contrastando los informes diplomáticos suyos con los de los más ilustres diplomáticos contemporáneos a él, como Vettori o Guicciardini. En este sentido, Machiavelli, sin desconocerlas, rebasa y perfecciona la técnica y las normas de la escritura propias de los funcionarios públicos de su época.

Con todo, el trabajo de Grueso nos deja una valiosa intuición para ser analizada, según la cual el estilo de escritura de El Príncipe -y del resto de sus obras- es producto de una aún no bien comprendida, por nosotros, relación entre el Machiavelli escritor y el Machiavelli funcionario público. Razón tiene Grueso al ligar este asunto con la tesis de Weber del político profesional y de la evolución el funcionario público. De acuerdo con Weber el funcionario moderno (que se opone al reparto burocrático) "se va convirtiendo en un trabajador intelectual altamente especializado mediante una larga preparación y con un honor estamental muy desarrollado, cuyo valor supremo es la integridad" (Weber, 1995: 101-102). Esta es una pista importante que nos aporta Grueso. Claro, Machiavelli fue un funcionario y un escritor. Sin embargo, Grueso no tiene en cuenta que su estilo de escritura y su formación intelectual no lo llevaron a ser un funcionario cualquiera -un Eichmann, por ejemplo- sino, al contrario, de alguien que se pensó como un ciudadano y que puso su estilo de escritura, de algún modo mediada por la técnica y las normas de una prosa ágil, directa, a galope, propia de quien desea entregar una idea clara y sin rodeos para que el mensaje llegue directo al cerebro de quien lo escucha y lo lee, en defensa de las libertades políticas de la ciudadanía. Tener en cuenta esto último puede ayudarnos a reorientar la pregunta acerca de la relación entre el escritor y el tipo de funcionario público que fue Maquiavelo y, al tiempo, tiene mucho que decirnos a nosotros imbuidos en los escándalos de las "chuzadas" y los "falsos positivos", entre otros.

Armando Villegas Contreras, en el trabajo titulado El Príncipe: su escritura y sus figuras, que sigue a continuación al de Grueso, también está interesado en el tipo de escritura de Maquiavelo, pero esta vez no en relación con el tema de una escritura burocrática sino, en un cambio de enfoque, en su relación con la retórica. En este sentido, el escrito de Villegas Contreras, está inscrito en un tipo de lectura posmoderna sobre El Príncipe. Y, aun desde ese enfoque, considera a esta famosa obra no sólo como "un texto de política, sino también de teoría política". Pero, orientado por los enfoques de De Man (1998), Derrida (2010) y de Foucault (1991 y 1992) se interesa por indagar el sentido de la escritura de Machiavelli, más prioritariamente, en preguntarse a quién le habla en El Príncipe. Siguiendo a estos autores es que Villegas Contreras liga la escritura de El Príncipe con la tradición retórica y, a partir de ahí, se propone interpretar a Machiavelli no desde lo que él dice -el sentido literal de su escritura- sino desde la "manera" como escribe, desde sus "procedimientos", su forma de argumentar, en últimas, desde lo que Villegas Contreras llama "la escritura en sí misma", sus "formas retóricas" y sus "efectos". Entonces, para Villegas Contreras El Príncipe es "un texto retórico" y eso se expresa, de acuerdo con él, en que esta pequeña obra es "la metáfora del Estado" y, por ende, una anticipación de "los aparatos represivos que Marx analizó en el siglo XIX, con relación al ejército", como una anticipación de "una lógica de la democracia, del descontento popular y de la resistencia al Gobierno". Así, Villegas Contreras sostiene que Machiavelli, en El Príncipe, "anticipa al ciudadano crítico que no olvida sus instituciones, su patria, su libertad" y "los aparatos ideológicos modernos como el populismo" e, incluso, "de los poderes mediáticos contemporáneos".

Lo interesante del trabajo de Villegas Contreras es que, de algún modo, parece debatir con la tesis planteada por Grueso en el trabajo anteriormente mencionado. Mientras Grueso sostiene que Machiavelli es un funcionario cuya escritura es obsecuente con el poder o el gobierno de turno, Villegas Contreras sostiene que la escritura retórica de Machiavelli, que aparentemente dice hablar al principe, subrepticiamente se dirige al pueblo para aleccionarlo sobre sus amos. Es decir, que la escritura retórica de Machiavelli es un medio con el cual él se desquita de quienes ejercen el poder. Lo que significa que el ex-secretario florentino "escribe la política con el recurso de la apariencia". Esta tesis de Villegas Contreras está inserta en una de las nuevas corrientes interpretativas sobre Machiavelli que lo rescatan como un rétor, una tendencia de lectura de fuerte influencia posmoderna que ha llamado la atención acerca del tipo de escritura del autor, de su lenguaje y discurso. Sin embargo, el trabajo de Villegas Contreras no nos alcanza a decir cuál es la tradición retórica en la que está inserto Machiavelli, desde la cual él escribe; asunto, por demás, de suma importancia dado que esto implica poder explorar cuáles eran esas fuentes retóricas de las que el ex-secretario bebía y en qué medida ellas influencian su escritura o la determinan en cierto grado. Aún más, no tiene en cuenta los trabajos investigativos de Quentin Skinner sobre este campo de estudios el pensamiento de Machiavelli. Por eso, tal vez, no queda suficientemente claro en el trabajo, la relación que establece Villegas Contreras entre su idea del Machiavelli rétor, perteneciente a una tradición retórica, y el Machiavelli que anticipa fenómenos o teorías políticas posteriores a su contexto histórico. El que este aspecto no haya quedado debidamente sustentado puede llevar al lector a pensar que Villegas Contreras ha incurrido en un error de interpretación que Skinner ha denominado "mitología de las doctrinas", en la forma de un absurdo histórico que el historiador de la Escuela de Cambridge llama "anacronismo" (Skinner, 2002).

érica Benner, en Las ironías de Maquiavelo: estándares generales y el consejo irónico en El Príncipe, sigue la misma ruta de análisis que propone Villegas Contreras del Machiavelli como rétor. Pero Benner, en su caso, no sugiere como Villegas Contreras que Machiavelli, al hablarle al principe, tiene la intención de enviarle un mensaje indirecto al pueblo. Al contrario, ella parte de la idea de que en el ex-secretario la retórica se expresa fundamentalmente en el lenguaje y en la escritura irónica, y que ese recurso es el que el autor utiliza para aleccionar o aconsejar de forma indirecta al principe mismo. Según ella, la escritura irónica de Machiavelli parece "decir algo e indirectamente indicar un mensaje diferente". Más allá de esta manera como Benner entiende la retórica de Machiavelli, lo que ella desea sostener es que El príncipe es, en el fondo, un libro pedagógico y que, en tal sentido, tiene "un propósito educativo" el cual es "entrenar a los lectores para que discriminen entre la prudencia política aparente y la genuina". Esta visión con la que Benner encara la lectura de El Príncipe la lleva a sugerir que Machiavelli, con su lenguaje irónico, realmente le habla a dos tipos de príncipe o, si se quiere, que aconseja "dos modos de acción principesca". En síntesis, lo que la autora quiere sostener es que el famoso opúsculo de Machiavelli ha de ser leído "como una serie de confrontaciones entre dos tipos de príncipe o, más bien, dos modos de acción principesca": uno que depende de la "virtud" y otro de la "fortuna".

El trabajo de Benner, entonces, está también en sintonía con una de las líneas interpretativas sobre Machiavelli que es herencia de la llamada posmodernidad, y que ha centrado su atención en el análisis del lenguaje en el que se expresa El Príncipe. A este respecto la autora centra su atención en el uso que hace en él su autor de la ironía, como recurso argumentativo; uno de los aspectos de la retórica de Machiavelli que han sido estudiados por John A. Pocock (1975), Victoria Kahn (1994) y, especialmente, por Quentin Skinner (2002). Pero a diferencia del análisis de Skinner, por ejemplo, que asume la ironía como un "acto de habla" -siguiendo a Austin-, o del de Pocock que busca develar un lenguaje común, el de Benner apunta a rescatar El Príncipe como una obra que tiene un propósito educativo en términos de la prudencia, es decir, de ayudar a discernir al lector cuál es la verdadera prudencia, respecto de otra que sólo es aparente. Es decir, como un libro de educación política. Esta es la tesis de Benner que merece especial atención para nosotros, por todo lo que ella puede aportarnos en términos de cómo Machiavelli pensó y asumió la educación política y qué nos aporta a nosotros su visión al respecto. Sin embargo, Benner no desarrolla ni profundiza sobre este feliz hallazgo de su trabajo. Es más su trabajo resulta un tanto ambiguo acerca de cuál es el sujeto al que Machiavelli desea educar en política -¿el principe, el pueblo?, ¿cuál principe?, ¿el lector?, ¿cuál lector? -. Y, muy en el fondo, al leer el trabajo de Benner, puede quedar la sensación de que su tesis acerca de que el uso del lenguaje irónico de Machiavelli en El Príncipe apunta a "aconsejar dos modos de acción principesca" es echar a perder una valiosa perspectiva de análisis en una conclusión que se puede evidenciar por sí misma, sin necesidad de apelar a un análisis discursivo tan sofisticado.

Después de leer los trabajos de Villegas Contreras y de Benner, el trabajo de Antonio Hermosa Andújar, Lo que no puede la virtù del príncipe, nos lleva, en esta compilación, a volver la mirada a un ejercicio de interpretación de las obras de Maquiavelo anterior a las interpretaciones en interlocución con la posmodernidad -a favor o en contra de esta- y que, felizmente, siguió corriendo paralelamente a estas últimas. En este sentido, el estudio de Hermosa Andújar, que viene en esta compilación, es heredero de una tradición interpretativa que tuvo maestros de la talla de Federico Chabod (1994), Friedrich Meinecke (1959), Ernst Cassirer (1961) e Isaiah Berlin (2000), entre otros. Lo que dice que el trabajo de Hermosa Andújar aporta a esta compilación un enfoque de lectura de los clásicos que fue paradigmático en los inicios del siglo XX, sino desde antes, y que orientó nuestra comprensión de los escritos de Machiavelli. Para un buen lector del ex-secretario florentino y de las distintas tradiciones bajo las que él ha sido interpretado este es un obsequio, y un bello recuerdo de cómo muchos de nosotros llegamos a los clásicos de la mano de unos comentaristas que desarrollaron un estilo de leerlo y un modo de interpretarlo para ayudarnos en su comprensión. Haciendo gala de este talante Hermosa Andújar se pregunta en su trabajo ¿cuál es el poder de la virtù en la doctrina política maquiaveliana? Y si ¿cabe algún límite a los efectos de la virtù en el mundo estrictamente humano? Y, desde la tradición interpretativa de la que es heredero, responde estas preguntas desde la recuperación de conceptos claves de la obra de Machiavelli y de la filosofía política moderna: virtù, fortuna, libertad y nación. Con base en la contraposición y en la relación de estas ideas el autor se propone responder las preguntas que se plantea en su escrito y mostrar, en una especie de cliché propio de la tradición de lectura exotérica o literal al que pertenece, que en Machiavelli conviven el "analista frío" de la política y el "apasionado patriota".

En la misma corriente de Hermosa Andújar corre la interpretación que hace Luis Javier Orjuela Escobar en su trabajo Virtud y fortuna en Maquiavelo como razón instrumental y contingencia. Y, casualmente, su análisis se centra, en principio, en la misma contraposición clásica entre virtù y fortuna. Para Orjuela Escobar esta contraposición es el "eje central alrededor del cual gira la obra de Maquiavelo" y, de acuerdo con él, esa es la tensión "típicamente moderna". El argumento de Orjuela Escobar, para afirmar esto último, es que a partir de esa contraposición fue que Machiavelli pudo "romper con la simbiosis de política y teología de la Edad Media y reinterpretar los conceptos de virtud y fortuna como habilidad estratégica y contingencia". Es decir, que con base en esta tensión fue que el ex-secretario florentino logra romper y subvertir la "la tradición antigua y medieval". Todo el esfuerzo argumentativo de Orjuela Escobar, en este trabajo, apunta a sostener que Machiavelli es, ante todo, "un precursor de la teoría política moderna" y a controvertir, según él, la tesis de Leo Strauss según la cual "el florentino es un pensador de lo antiguo y olvidado". El valor del trabajo de Orjuela Escobar radica en insistir en la contraposición entre virtù y fortuna como una clave de lectura de las obras de Machiavelli y, desde ahí, en su modernidad. Asunto, por demás, vital en un debate que es histórico sobre este autor del Renacimiento italiano. Sin embargo, lo que inquieta del trabajo de Orjuela Escobar es su debate con Leo Strauss. Es sabido que en trabajos como Thoughts on Machiavelli (1958), What is Political Philosophy? And other Studies (1998) y An Introduction to Political Philosophy (1989) Strauss defiende siempre la idea de que Machiavelli es el pensador político moderno por excelencia, aún más, el pensador que hizo posible el paso de la "filosofía política clásica" a la "filosofía política moderna", es decir, a la "ciencia política" como una ciencia positivista. Y que, en ese sentido, Machiavelli es el "maestro del mal" en tanto que hizo a un lado las preguntas por "el mejor régimen", por la "mejor sociedad" y el "buen ciudadano" a cambio de la pregunta por los "hechos" y la "descripción de los mismos". La cuestión aquí es si la afirmación que Orjuela Escobar recupera de Strauss, acerca de que Machiavelli es "un pensador de lo antiguo y olvidado", debe ser interpretada bajo la idea de que Machiavelli no es un pensador moderno o, por lo menos, no es un "precursor de la teoría política moderna", como parece sugerirlo el autor de este estudio. Por mi parte, cuando yo he leído las obras de Strauss he estado en profundo desacuerdo con el tipo de modernidad que Strauss le atribuye al ex-secretario florentino, como lo estoy, ahora, con la interpretación que hace Orjuela Escobar sobre estas palabras de Strauss. Creo, en este sentido, que el trabajo de Orjuela Escobar nos invita a un debate sobre una de las más paradigmáticas lecturas sobre Machiavelli y sobre el modo como Strauss lo interpretó, ante todo porque, a diferencia del autor de este trabajo yo he encontrado en las obras y el pensamiento de Strauss sobrada evidencia que revela que el autor de Thoughts on Machiavelli si defendía la tesis de los "perennial problems" y de que la lectura de los clásicos nos puede aportar elementos valiosos para la interpretación y la comprensión de nuestro presente histórico. Quizá es la manera como Orjuela Escobar lee a Strauss que lo lleva, de paso, a atribuirle a Machiavelli anticipaciones a ideas o teorías que, tal vez, el ex-secretario florentino nunca concibió, como la de la "razón instrumental", el "individuo" y la individualización", entre otras.

A medio camino entre el enfoque de los dos autores inmediatamente anteriores y el de interpretaciones "textualistas" como la de Skinner, Alberto Valencia Gutiérrez, en su trabajo Maquiavelo y las ciencias sociales contemporáneas, se propone presentar "algunas ideas con respecto a la relación que se puede establecer entre Maquiavelo y las Ciencias Sociales contemporáneas". El punto de partida de la reflexión de Valencia Gutiérrez es la tesis de Cassirer según la cual El Príncipe es "un libro técnico y científico", un libro que abre el camino a la Ciencia política. Pero se trata de un punto de partida que el autor se propone superar, cuestionándolo y reinterpretándolo. De hecho, el trabajo de Valencia Gutiérrez puede ser entendido como la actualización de una vieja y célebre discusión sobre El Príncipe. La crítica del autor al punto de partida de Cassirer consiste en negar su tesis de que con este pequeño opúsculo Machiavelli funda la Ciencia política -ha de entenderse la ciencia política moderna-; y la superación consiste en afirmar que, si bien la tesis de Cassirer carece de sustento, El Príncipe ha de ser entendido, más bien, como "un antecedente fundamental del proyecto filosófico específico que sirve de cobertura al desarrollo de las Ciencias Sociales", entendiendo estas últimas a la manera como lo hizo Durkheim (1970) -salvedad hecha por el autor-. Aquí el reto de Valencia Gutiérrez, realmente, termina siendo más exigente que el de Cassirer que tan sólo afirma que Machiavelli es el precursor de una sola ciencia. Y seguramente, con todos los rodeos y sus matices para evitar las malas interpretaciones, el autor parece advertir que su trabajo arriesga con caer en el anacronismo. Es decir, en el mismo defecto interpretativo que él encuentra en Cassirer. Con todo y esto Valencia Gutiérrez arriesga y propone seis criterios desde los cuales puede especificar la singularidad del proyecto filosófico de las Ciencias Sociales y avaluar si Machiavelli puede ser considerado un precursor de estas modernas formas de pensamiento.

De acuerdo con esto, Valencia Gutiérrez se concentra en la explicación de estas seis exigencias, que en su orden son: 1. Lo social se explica por lo social, 2. Lo social son las relaciones sociales, 3. Las Ciencias Sociales son disciplinas empíricas, 4. El ser y el deber ser, 5. Determinismo e innatismo, y 6. Historicidad. Desafortunadamente aquí no tenemos espacio para comentar la manera en que el autor explica cada uno de estos criterios, ni podríamos dar cuenta de cada uno de ellos de forma clara y precisa como si lo hace él. Por lo que, con permiso del lector, iremos inmediatamente a comentar el balance que hace el autor de estos criterios en relación con la obra de Machiavelli como "precursor". De atrás para adelante. Respecto del sexto criterio Valencia Gutiérrez encuentra que Machiavelli "no anticipa la forma moderna de las Ciencias Sociales" dado que el florentino profesaba un tipo de historia poco recelosa de las "circunstancias de espacio y tiempo" y que, en tal sentido, no suscribía o anticipaba la concepción sobre la historia propia de la modernidad en la que se instalan las Ciencias Sociales. En relación con el quinto criterio el autor observa que Machiavelli cumple con él vagamente o, mejor dicho, tampoco cumple con él a cabalidad, puesto que el florentino a veces parece basarse en una especie de determinismo como lo hacen las modernas Ciencias Sociales y, a veces, admite, cosa que no hacen estas ciencias, cierta forma de innatismo. Es decir, que en Machiavelli este criterio no está maduro ni decididamente claro. Con lo cual de seis ya van dos criterios con los que no cumple. El cuarto criterio, para Valencia Gutiérrez, el autor de El Príncipe lo cumple a cabalidad toda vez que Machiavelli renuncia, según él, a "cualquier tipo de elucubración de carácter ético con respecto al Estado, al poder y a su uso, o al papel del gobernante". Sobre el tercer criterio dice que también lo cumple a la perfección y que es autoevidente por el trasfondo empírico que le sirve de fundamento a las "máximas de la destreza política" que Machiavelli elabora. Acerca del segundo, de que lo social son las relaciones sociales, afirma que se "encuentra expresado de manera figurada en la obra de Maquiavelo" en su famosa contraposición entre la virtù y la fortuna. Y esa contraposición da cuenta de ese criterio, de forma figurada, cuando se lee como "la relación entre las circunstancias y la acción humana", "entre la acción y la estructura social". Y sobre el primer criterio sostiene que si se cumple en tanto que Machiavelli logra "aislar en sus consideraciones una idea de la política como una entidad autónoma, con respecto a la Teología, la Metafísica o, incluso, el mito". Es decir, en razón de que Machiavelli explica la política "como resultado de los propios sucesos como tales" y no a partir de la "intervención de fuerzas divinas o como efecto ciego de un azar natural".

Estoy de acuerdo con Valencia Gutierrez en que Machiavelli no cumple con el sexto y quinto criterio por las razones que él enumera, y por otras más que ahora resulta impertinente enunciar. Pero no estoy de acuerdo con él en que Machiavelli cumple a cabalidad con el cuarto, pues en mi modo de ver, y el de otros comentaristas, el florentino nunca renuncia en El príncipe a consideraciones de carácter ético. Sobre lo que hay sobrados ejemplos en esta pequeña obra, baste leer los capítulos VIII, XVI, XVIII, XIX y el mismo capítulo XXVI en el cual Machiavelli le encomienda a su principe nuovo la responsabilidad ética de la redención de Italia (Viroli, 2013). Justamente ese elemento es el que ha hecho problemática la lectura de ese opúsculo. De acuerdo con esto, en mis cuentas Machiavelli, hasta aquí, no cumple tres de los seis criterios enunciados por el autor. Bien podemos decir que el ex-secretario cumple con el tercer criterio, con lo que estamos de acuerdo con Valencia Gutiérrez. Sin embargo, respecto del segundo criterio, y según el propio autor, Machiavelli hace referencia a él de "forma figurada" por medio de la contraposición entre la virtù y la fortuna. Una contraposición que Valencia Gutiérrez nos invita a interpretar, para encontrarle un sentido a la famosa tensión elaborada por Machiavelli, desde una elaboración conceptual ajena al autor de El Príncipe -la relación "entre la acción y la estructura social"-. Finalmente, sobre el primer criterio: cuando se está familiarizado con Machiavelli, como pensador y escritor, uno puede advertir el esfuerzo que hace para aislar su objeto de estudio y explicarlo desde principios inherentes a él. Pero también es cierto que, y los datos los podemos encontrar en sus Discorsi, en sus Lettere y hasta en el capítulo final de El Príncipe, a veces hacía alusión a la astrología, a fuerzas divinas o a la contingencia para explicar acontecimientos políticos.

Por su parte Carlos Andrés Ramírez Escobar, en "La naturaleza no le concede a los asuntos humanos ninguna quietud". La fundamentación ontológica del realismo político en Maquiavelo, asume como objeto de reflexión el realismo político de Machiavelli en aras de plantear su fundamentación ontológica. Esta tarea es emprendida por Ramírez Escobar, por un lado, desde la idea de que en este pensador del Renacimiento no se puede encontrar de forma sistemática una reflexión sobre sus fundamentos y, por otro, desde su opinión de que esta ausencia no implica que no se puedan reconstruir "las presuposiciones centrales sobre las cuales se estructura el conjunto de significados a los cuales llamamos su obra". De acuerdo con el autor el que Machiavelli sea un realista político implica que sus presuposiciones deben ser "afirmaciones acerca de lo que es real". Y, de ser esto último así, para Ramírez Escobar el florentino tendrá que "ampararse" en supuestos históricos y antropológicos. En este sentido, la tesis que se defiende en este trabajo es que la cuestión acerca de la fundamentación del realismo político de Machiavelli no está desligada de la teoría política pero, al mismo tiempo, está inmersa en un ámbito más universal que esta, o sea en "las teorías de qué es el mundo en su conjunto". Esto último supone, en un giro argumentativo de Ramírez Escobar, que en ese mismo sentido el realismo político de Machiavelli y sus "compromisos ontológicos" -"sus afirmaciones sobre la naturaleza de los conflictos, el Estado o las facultades del individuo"- implican que el autor de El Príncipe fundamenta su realismo político en oposición a una teoría de qué es el mundo en su conjunto, es decir, a una teoría "carente, a su juicio, de contacto con la realidad".

Este es, por decirlo así, el núcleo duro de este estudio sobre el realismo político de Machiavelli. A mi modo de ver la hipótesis y el argumental central que expone aquí Ramírez Escobar son no sólo claros sino, además, muy bien logrados en términos del objetivo que persigue el autor en su escrito y creo, además, que él se desenvuelve bien en cada uno de los momentos del trabajo. Pero, pienso que, de la misma forma, la reflexión de Ramírez Escobar arrastra a cada paso una dificultad que en ningún momento se logra fundamentar suficientemente. Según él, la teoría no-realista que toma Machiavelli como enemiga para, desde la crítica a ella, fundamentar su propia teoría realista es la de Platón. O mejor dicho, el ex-secretario florentino, con el fin de validar su propia teoría, elige a Platón y al platonismo como enemigos. Vale la pena citar las propias palabras del autor al respecto. De acuerdo con el:

Maquiavelo destaca así la originalidad de su enfoque y la contrapone a todo el resto del pensamiento político occidental. La crítica a aquellos que no se atienen a la realidad a la hora de pensar lo político parece incluir, sin embargo, entre sus destinatarios, uno con nombre propio. La alusión a "las repúblicas imaginarias y principados que nunca se han visto ni se ha sabido que existieran realmente" parece referirse a Platón (2014: 197).

A partir de esta cita hasta el final del artículo, que termina en la página 243, Ramírez Escobar asume todo el tiempo, sin dudarlo, que el foco de las críticas de Machiavelli es Platón y su teoría. Sin embargo, esta parte de su tesis es simplemente una suposición que el autor hace pero que nunca logra probar, o se preocupa por demostrar, en términos históricos y documentales. En este sentido, la pregunta obvia que hay que hacerle al autor es cómo puede él probar que Platón y el platonismo son los enemigos que Machiavelli elige. Es decir, hasta dónde él no le ha construido un falso enemigo a Machiavelli. Realmente aquí el trabajo de Ramírez Escobar no da cuenta de este problema historiográfico, y nunca nos da en su artículo evidencias históricas de la suposición de la que parte. Si mi memoria no me falla sólo en dos ocasiones Machiavelli se refiere a Platón en sus obras políticas e históricas, y ninguna en El Príncipe. Una de ellas es en su Discursus florentinarum rerum post morten iunioris Laurentii Medices, donde afirma lo siguiente:

[...] non avendo possuto fare una repubblica in atto, l'hanno fatta in iscritto; come Aristotile, Platone e molti altri: e'quali hanno voluto mostrare al mondo, che se, come Solone e Licurgo, non hanno potuto fondare un vivere civile, non è mancato dalla ignoranza loro, ma dalla impotenza di metterlo in atto (Machiavelli, 1971: 30-31).

Como se ve lo cita junto a Aristóteles y otros escritores similares a ellos, pero no precisamente para criticarlos por su idealismo sino, en parte, para elogiarlos, porque si bien no pudieron fundar una república, en los hechos, lo hicieron por escrito. Lo cual también habla de que Machiavelli iguala a Platón con Aristóteles y escritores políticos similares a ellos. La otra es en el capítulo 6 del libro III de I Discorsi, y lo cita junto a otros nombres, no propiamente de filósofos, para referirse a una conjura política en Atenas de parte de dos discípulos suyos y, en ese caso, tampoco se refiere a la teoría política de Platón para criticarla (Machiavelli, 1971: 207). Esas, según mis cuentas, son las únicas veces que Machiavelli menciona a Platón y en ninguna de ellas analiza, reflexiona o critica su teoría directamente o lo asume de forma abierta como su enemigo. En este sentido, considero que Ramírez Escobar debería haber aportado evidencias documentales para probar este punto que es estructural en su escrito. De lo contrario, corre el riesgo de que su trabajo esté basado en lo que Skinner llama una "mitología" o en un "absurdo histórico".

El último trabajo que cierra esta compilación es el de Ever Eduardo Velazco titulado El Príncipe: ¿una teoría de la acción? Se trata de un ejercicio de análisis en el que su autor se propone mostrar que en El Príncipe no hay una teoría de la acción en sentido estricto, pero si se la encuentra bajo la forma de una "comprensión o discurso sobre la acción". Velazco argumenta que la ausencia de definiciones conceptuales de los conceptos claves del autor, las constantes contradicciones en la que incurre, es decir, su inconsistencia no permite hablar de una teoría de la acción en él. Y, en tal sentido, recurre a Ricoeur para, con base en él, sostener que "El Príncipe tiene elementos suficientes para considerarlo como discurso en el caso particular de la acción". Velazco es claro al sostener que en su trabajo a él sólo le interesa una de las cinco polaridades que según Ricoeur incluye el discurso, aquella que se da entre "acontecimiento y significación". Con lo cual queda claramente delimitado su enfoque interpretativo sobre Machiavelli. Es desde esta contraposición que el autor desea mostrar que esta pequeña obra se "convierte en un vehículo de la expresión de una comprensión de la acción, que sería lo suficientemente consistente como para considerarlo un discurso que supera su propia contingencia temporal". De ahí en adelante él se propone mostrar esto en tres ámbitos específicos de la obra de Machiavelli. El primero tiene que ver con el análisis de las nociones o conceptos estructurales de la acción y algunos de los presupuestos discursivos, es decir, con lo que Velazco considera las categorías con las que Machiavelli articula su discurso sobre la acción -virtù, fortuna, necessità y occasione-; amén de otros elementos aledaños para la compresión de la acción como: "el reconocimiento de los elementos estructurales de la sociedad como agentes", el reconocimiento de que "los hombres crean la historia con sus acciones", de que la historia es maestra "en la medida en que los hombres que la lean o la estudien tengan un juicio afinado sobre la acción", del influjo de la fortuna en las acciones humanas y, por ende, de la "incertidumbre y la fragilidad en la acción", y el llamado, en razón de lo anterior, a que los hombres sean "los primeros responsables de su propia historia". El segundo ámbito lo dedica al análisis de la relación entre fines y medios para concluir, ligado al punto anterior, que en Machiavelli no hay una "receta para la eficacia política". Y el tercero lo centra en la relación entre la incertidumbre y la responsabilidad para concluir que el florentino considera a los hombres con una capacidad de actuar y, con ella, "corregir o dar rumbo a la historia".

El trabajo de Velazco no sólo es un análisis interesante sino, al tiempo, un valioso aporte sobre el tema de la acción y su comprensión en Machiavelli. Bien puede decirse que su trabajo considera lo que podríamos llamar los elementos centrales y las relaciones conceptuales claves para abordar este asunto en la obra del florentino. No obstante, a la luz de sus argumentos y de su tesis central, bien podía argumentársele al autor de este trabajo que, más allá de que en Machiavelli haya una teoría o un discurso sobre la acción, pueden haber otras razones por la cuáles la obra de Machiavelli superó su "propia contingencia histórica" y se haya convertido para nosotros en un clásico. Advertir estas otras razones puede hacer irrelevante el que en el ex-secretario florentino haya una teoría, un discurso u alguna otra cosa.

Con lo dicho hasta aquí se hace evidente que este libro, en homenaje a los 500 años de la redacción de El Príncipe, es un valioso aporte a los estudios sobre el pensamiento de Machiavelli, en un debate académico de talla universal. Independientemente de los apuntes críticos que han quedado consignados aquí sobre cada uno de los trabajos que el libro contiene, los cuales también quedan sujetos a discusión por parte del lector y de los propios autores, esta obra abre una importante brecha de análisis en distintos registros de carácter metodológico, teórico, conceptual y de distintas tradiciones de lectura de este clásico del pensamiento político occidental. Su importancia está dada en su amplia variedad de temas y, aún más, en la actualización que nos brinda acerca de las perspectivas más novedosas y de punta en la investigación no sólo de Machiavelli y su pensamiento sino, también, de la teoría política y la historia de las ideas. Claro, mención hecha de la originalidad con la que cada uno de los autores encara los distintos temas y problemas que se plantean en sus trabajos, de su ardua labor de lectura, investigación e interpretación de uno de los autores más enigmáticos de la historia de la teoría política. Y, por supuesto, de sus aportes particulares en cada uno de sus ámbitos de reflexión. Por estas razones, y por la calidad y la fuerza de la escritura, es que este libro merece ser degustado palmo a palmo. Y es conveniente que el lector lo haga así, pues esta reseña no alcanza a dar cuenta de la riqueza que hay en El Príncipe de Maquiavelo: desafíos, legados y significados.

Citas de pie de página

1. Se trataba de una institución creada el 13 de abril de 1432 para proteger a las monjas en los monasterios evitando que fuesen molestadas y para cuidar la moralidad pública, interviniendo fundamentalmente contra la extendida práctica de la sodomía en Florencia. Generalmente las denuncias por sodomía eran anónimas, y se depositaban en secreto en una urna -el llamado tamburazioni-. Ver: Sistema Informatico Archivio di Stato di Firenze. Ministero per i Beni e le Attività Culturali. http://www.archiviodistato.firenze.it/siasfi/

2. Según King, la acusación contra Maquiavelo decía literalmente así: "Lords of the Eight you are hereby informed that Niccolò, son of Bernardo Machiavelli, screws Lucretia, known as La Riccia, in the ass. Interrogate her, and you will learn the truth" (King, 2007: 110).

3. Según Giannoti, la clave que Maquiavelo nos da para leer sus Istorie fiorentine es esta: "y, sin embargo, si alguien quiere entender esto, le ayudara observar bien lo que yo tendré que poner en lo que los oponentes [de Cosimo] dicen, porque lo que yo no estoy dispuesto a decir por mí mismo, tendré que ponerlo en lo que sus dicen opositores" (Giannoti, 1974: 35). Esta carta y esta clave de lectura es citada así por Cabrini en su "Machiavelli's Florentine Histories" (Cabrini, 2010: 137-138).


Referencias

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