La lógica de lo social y el arte de gobernar en foucault: una caja de herramientas para el análisis político

The logic of social and governmentality in foucault: an instrumental for political analysis

David Enrique Valencia Mesa.
Profesor ocasional de tiempo completo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Magister en Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos de la Misma Universidad.
E-mail: david.valencia@udea.edu.co

Recibido: Mayo 2 de 2014
Aceptado: Junio 18 de 2014


Resumen

En los cursos dictados en el Collège de France a partir de 1978 Michel Foucault propuso una analítica de las formas de gobierno, que aunque no estaba completamente ausente de sus trabajos anteriores, si se veía opacada por el protagonismo dado a los análisis disciplinarios. Esta analítica de las formas de gobierno consiste en mostrar cómo se construyen estrategias y racionalidades de gobierno a partir de la gestión y modulación de los procesos innatos a los individuos y los grupos gobernados. Ya no se trata de entender el poder como una fuerza externa que se opone a los individuos y que opera reprimiéndolos o suprimiéndolos, sino como una estrategia que opera promoviendo procesos naturales a partir de los cuales los sujetos constituyen su identidad.

Palabras Claves: Michel Foucault; Arte de gobernar; población; genealogía del poder.


Abstract

In the courses given by Foucault in the College de France since 1978, he proposed an analysis of governmentality which, although it was not completely absent in previous works, it did seem unseen due to protagonist disciplinary analysis. Such analysis of Governmentality consists of showing how strategies and rationalities of the government are built from the management and modulation of processes innate to governed individuals and groups. It is not then about understanding the power as an external force against individuals by reprehending and eliminating them; it is about understanding it as a strategy promoting natural processes so that subjects built up their identity.

Keywords: Michel Foucault; Governmentality; population; genealogy of power.


Del consenso a la guerra y de la guerra a la libertad: el trazado estratégico de una obra en transformación

En las investigaciones presentadas en el Collège de France a partir de 19781, y que serían conocidas como el inicio de su interés por las formas de gobierno del liberalismo, Michel Foucault desvió su aparato conceptual para dar cuenta de una forma de poder que aunque no estaba ausente de sus análisis anteriores, sí se veía algo ensombrecida por el protagonismo de la llamada "hipótesis represiva". Se trata del surgimiento de un "arte de gobernar"2 o "gubernamentalidad" que promueve esferas de libertad, para "permitir una cierta regulación espontánea que va a hacer que el orden social se autoengendre" (Foucault, 1991, p. 166). En ningún caso habría que ver, como se ha hecho común, una ruptura entre los estudios disciplinarios fundados en la hipótesis represiva y la descripción de un arte de gobernar a partir de la libertad; se trata más bien de una respuesta anuevas preocupaciones y un esfuerzo por extender el campo de estudio para visibilizar nuevas problemáticas políticas y formas de ejercicio del poder3.

En el curso Defender la sociedad (Foucault, 2008) el punto de referencia fundamental había sido la crítica del discurso jurídico-político y la consiguiente comprensión del poder como una sustancia homogénea que se posee por algunos y se aplica sobre otros, y que funciona según los criterios fundacionales y operacionales del consenso y la legitimidad. Fue a partir de sus lecturas de Nietzsche y de Marx, que Foucault buscó oponer un discurso histórico-político a esa comprensión del poder como sustancia homogénea, propia del discurso filosófico-jurídico.

Extendiendo la metáfora nietzcsheana del conocimiento4 al campo social, opuso a las visiones filosófico-jurídicas del consenso, el esquema de la batalla, a partir del cual el poder se concebía como un juego de fuerzas contrarias que buscaban su consolidación como centro indiscutible de dominio en el campo social. Detrás de resultados "propios" del consenso como la ley y el Estado, o de las formas auto-acordadas de la subjetividad como el género y la identidad, se podía encontrar la guerra y la dominación como motivo incesante.

¿Y qué dice ese discurso? Pues bien, yo creo que dice lo siguiente: contrariamente a lo que sostiene la teoría filosófico-jurídica, el poder político no comienza cuando cesa la guerra. La organización, la estructura jurídica del poder, de los Estados, de las monarquías, de las sociedades, no se inicia cuando cesa el fragor de las armas. La guerra no está conjurada. En un primer momento, desde luego, la guerra presidió el nacimiento de los Estados: el derecho, la paz, las leyes nacieron en la sangre y el fango de las batallas. Pero con ello no hay que entender batallas ideales, rivalidades como las que imaginan los filósofos o los juristas: no se trata de una especie de salvajismo teórico. La ley no nace de la naturaleza, junto a los manantiales que frecuentan los primeros pastores; la ley nace de las batallas reales, de las victorias, las masacres, las conquistas que tienen su fecha y sus héroes de horror; la ley nace de las ciudades incendiadas, de las tierras devastadas; surge con los famosos inocentes que agonizan mientras nace el día (...) Pero eso no quiere decir que la sociedad, la ley y el Estado sean como el armisticio de esas guerras o la sanción definitiva de las victorias. La ley no es pacificación, puesto que debajo de ella la guerra continúa causando estragos en todos los mecanismos de poder, aun los más regulares. La guerra es el motor de las instituciones y el orden: la paz hace sordamente la guerra hasta en el más mínimo de sus engranajes. En otras palabras, hay que descifrar la guerra debajo de la paz: aquélla es la cifra misma de ésta. Así pues, estamos en guerra unos contra otros; un frente de batalla atraviesa toda la sociedad, continua y permanentemente, y sitúa a cada uno en un campo o en el otro. No hay sujeto neutral. Siempre se es, forzosamente, el adversario de alguien. (Foucault, 2008, pp. 55-56)

Con Marx, Foucault había logrado descubrir los efectos disciplinarios de la política supuestamente consensuada, mostrando la dependencia entre la racionalidad ilustrada y las instituciones de encierro5. La disciplina ocupó el espacio metodológico como criterio para la inteligibilidad del poder, desplazando los grandes relatos en torno a la configuración consensuada del Estado. De la teoría marxista, que concebía la historia a partir del despliegue de las contradicciones de clase, tomó Foucault el relato que le permitió entender el poder como resultado de las diferentes formas de producción. Los fenómenos políticos dejaron de ser comprendidos como el resultado de un acuerdo fundamental o un punto definitivo en el desenvolvimiento cargado de sentido de la historia, para ser estudiados como el resultado de las estrategias de dominación de la sociedad disciplinaria.

Es así que a la concepción basada en el papel protagónico de la ley y en la legitimación por medio del consenso, Foucault opuso la modalidad del poder basada en la guerra y en la lucha -"hipótesis represiva"-. Bajo la cristalización de la ley aún era posible escuchar, así no fuera más que en sordina, el estruendo de la batalla. Contra la macroperspectiva del Estado, Foucault elaboró una microfísica del poder: "en suma, su objetivo era "decapitar al rey" en el análisis político desplazando la ley y la legitimación, la voluntad y el consenso, del foco de estudio" (Lemke, 2006, p. 7). Pero como advirtieron algunos de sus principales críticos, al responder a la estrategia de la dominación con la estrategia de la guerra reproducía el modelo que enfrentaba: "al rechazar el modelo jurídico y adoptar su opuesto, Foucault lo invertía. En lugar de decapitar al rey, ponía patas arriba la concepción que criticaba remplazando la ley y el contrato por la guerra y la conquista" (Lemke, 2006, p. 7)6.

Fue a partir del estudio del sujeto y las formas de subjetivación que Foucault acentuó su cuestionamiento de la represión y la guerra como paradigmas para el análisis de las relaciones sociales. Sus estudios sobre la ética griega y romana, como ejercicios de producción de subjetividad a escala individual y colectiva, le permitieron advertir que su analítica del poder, que enfatizaba la "hipótesis represiva" no estaba en capacidad de dar cuenta de relaciones de poder que no fueran jurídicas ni disciplinarias7. En el primer volumen de su Historia de la sexualidad Foucault anunció el proyecto de hacer tabla rasa y liberarse de cierta representación del poder como un mecanismo represivo, en el cual el poder "actúa pronunciando la regla" (Foucault, 1981, p. 102), y en la que "la forma pura del poder se encontraría en la función del legislador" (Foucault, 1981, p. 102).

Por el contrario, vendría a decirnos el autor de Poitiers, que detrás de "los engranajes simples e indefinidamente reproducidos de la ley, la prohibición y la censura" (Foucault, 1981, p. 102), habría que descubrir la eficacia productiva de los mecanismos de poder. En el momento mismo en que profundiza el carácter productivo del poder, la obra de Foucault se hace mucho más eficaz para descubrir estrategias de poder donde antes sólo había ausencia de dominación. Las prácticas políticas que empiezan a interesarle a Foucault son aquellas que producen modos de existencia a través de las cuales los individuos y colectivos se subjetivan, "adquieren una experiencia concreta del mundo" (Castro-Gómez, 2010, p. 13), y no porque se impongan a partir de la violencia o la represión, sino porque los sujetos toman a su cargo sus propias constricciones; a partir del despliegue de su propia libertad y autenticidad, devienen el principio de su propio sometimiento. Lo que empieza a interesarle a Foucault es que el poder sea obedecido en la misma medida que crea sus propias condiciones de verdad (o mejor, que sus condiciones de verdad sean sus propias condiciones de obediencia), sin necesidad de imponerse por la fuerza o la ideología.

Aunque en sus obras anteriores, Foucault advierte el papel constitutivo de la disciplina -de tal forma que el manicomio sólo se aplica sobre el loco, o la prisión sobre el criminal a condición de recortarlos previamente en el plano espacio-temporal de las prácticas disciplinarias-, lo cierto es que se trata de una positividad bastante enmarcada en la censura y la prohibición. Por el contrario, si el poder no es sólo esa ley que dice no, entonces la microfísica del poder disciplinario dispuesta según estos mecanismos de la negatividad "no explica cómo las múltiples y dispersas relaciones de poder asumen determinada forma «coherente» o «unificada» ni cómo éstas se traducen en estrategias más globales" (Lemke, 2006, p. 8) ajenas al modelo histórico-político de la guerra y la dominación. Si algo advierte Foucault a partir del abandono de la hipótesis represiva es la necesidad de dar cuenta de la "libertad" y la "autenticidad", la aceptación y la aprobación, como formas constitutivas de las relaciones de poder.

La hipótesis represiva, o "hipótesis Nietzsche", se ve entonces complementada con el estudio de las prácticas de gobierno o formas de gubernamentalidad. Al interior de las prácticas de gobierno no hay un modelo heterocompositivo que describa una línea de continuidad desde el poder legislador hasta el sujeto obediente. Las prácticas de gobierno son un campo coextensivo a su objeto de aplicación, en el cual los elementos que generan un campo social se generan ellos mismos al generarlo. El gobierno como tecnología del poder aporta un ámbito significativo respecto del modelo bélico, pues no se busca "simplemente determinar la conducta de los otros, sino dirigirla de un modo eficaz, ya que presupone la capacidad de acción (libertad) de aquellas personas que deben ser gobernadas (...)". (O Malley, 2006, p. 36). Es entonces a estas relaciones de poder, en las cuales siempre hay campo para el ejercicio de la libertad de los sujetos, a lo que Foucault denomina prácticas de gobierno (O Malley, 2006, p. 36).

En este punto habría que entender la actitud estratégica de la obra de Foucault. Para este autor no se trata de promover una visión macro-comprensiva de los problemas sociales a la manera de las grandes teorías políticas, ni de proponer una explicación inmune a las especificidades espacio temporales, que pueda explicar por igual lo macro y lo micro, la existencia del Estado y la constitución de los sujetos. Se trata de retar comprensiones establecidas mostrando hasta qué punto son ellas mismas parte de un entramado de relaciones de poder.

Para mostrar que el poder no era esa especie de mercancía que se daba y se intercambiaba, según el modelo del consenso y la legitimidad, Foucault sacó a luz la entidad guerrera, siempre en acto, que caracterizaba el poder. Pero en el momento en que se encontró atrapado por una relación de fuerza y dominación reinscrita permanentemente en el tejido de lo social (que lo llevaba a cierto fatalismo del que buscaba librarse), describió el poder como un campo de realidad compuesto de reglas de inmanencia pura (Foucault, 2006). Según Castro-Gómez, a partir de este momento, el propósito de Foucault fue mostrar "la autorregulación de los sujetos", es decir, la manera como se lograba que estos hicieran coincidir "sus propios deseos, esperanzas y estilos de vida con objetivos gubernamentales fijados de antemano" (Castro-Gómez, 2010, p. 23) El poder no busca hacer que otros se comporten de cierto modo a partir de un ejercicio de violencia y exclusión, "sino hacer que esa conducta -toda conducta- sea vista por los gobernados mismos como buena, digna, honorable y, por encima de todo, como propia, como proveniente de su libertad" (Castro-Gómez, 2010, p. 13). Esta vez, a esa visión que entendía al sujeto encerrado en una relación de fuerza permanente, opuso un sujeto libre, y por eso mismo atrapado en el espacio abierto por su propio deseo de la obediencia.

La entidad estratégica de la obra foucaultiana, que la hace una obra en transformación, retando comprensiones estabilizadas, también implica importantes consecuencias políticas. Las prácticas sociales y los sujetos que participan en ellas se crean permanentemente, pero no como resultado de una violencia inscrita en el corazón de la política, sino como la forma móvil, coextensiva al propio uso de la libertad. El campo social no sería -al menos no sería sólo eso- una estrategia dispuesta para la dominación por parte del monarca, el Estado, el padre de familia, el trabajador social, o el médico, sino una forma de autogestión que requiere de la libertad para presentar a los sujetos como el resultado de su propia acción.

Lo cierto es que el concepto de gobierno puede ser considerado como una noción clave en la analítica del poder foucaultiana, pues ofrece una perspectiva que excede simultáneamente la forma del consenso y la legitimidad, y la forma de la violencia y la represión8. La analítica del gobierno se pregunta por la manera como se estructura y se moldea el campo de las posibles acciones de los sujetos. Este marcado énfasis en los procesos de subjetivación, por fuera de los esquemas filosófico-jurídico e histórico-políticos, no implica el abandono de las problemáticas del poder, sino su reformulación y rectificación.

La analítica del gobierno sigue interesada en el vínculo entre el sujeto y las formas de dominio político y explotación económica, solo que ahora no se reduce a considerar aquello que se hace de afuera hacia adentro, sino también aquello que surge de adentro hacia afuera. El poder no es sólo esa sustancia irradiada desde las instituciones estatales al resto del cuerpo social, sino también aquello que encuentra en el cuerpo social la norma de su funcionamiento.

La gubernamentalidad o la autoproducción de los fenómenos sociales

Antes que proposiciones de alguna teoría del poder con pretensiones de universalidad, los planteamientos foucaultianos suponen una estrategia analítica definida según el encuadre histórico en que se encontrara el autor. La analítica de las formas de gobierno, al proponer un sistema categorial dependiente de la propia dinámica de las fuerzas sociales, se incluye en esa entidad estratégica del discurso filosófico.

El análisis de la gubernamentalidad o arte de gobernar, antes que ser una teoría política con su propio sistema categorial, a la manera weberiana de los tipos generales, abstractos e ideales, es un acercamiento a las formas de organización de las prácticas sociales y a las respectivas racionalidades que la animan. En palabras de Castro-Gómez:

"Las racionalidades políticas conceptualizan y justifican objetivos, producen y favorecen medios para alcanzarlos, posicionan las acciones políticas en sus correspondientes campos institucionales, diseñan límites para las prácticas de gobierno y definen posiciones de sujeto para las intervenciones gubernamentales" (Castro-Gómez, 2010, p. 31)

Se trata de un ejercicio deductivo que extrae de realidades constituidas sus elementos más básicos, reconstruye sus significados implícitos y rastrea el proceso de su constitución, analiza sus finalidades declaradas y su posterior adaptación a exigencias imprevistas o cálculos estratégicos. El análisis gubernamental no extrae el principio general que está implícito en esas realidades constituidas, ni recupera el sentido perdido tras los accidentes de la materia, ni hace prevalecer la voluntad sobre la representación, o la sustancia sobre la forma9. La analítica de las formas de gobierno no constituye formulas generales, adaptables con tan sólo un poco de espíritu de matización a cualquier segmento de la realidad; por el contrario, en la identidad de los discursos y de las prácticas es posible dar con notas diferenciables que ascienden o descienden según una armonía no preestablecida.

Con ello no se indica algún defecto de irreflexión o cierta coquetería posmoderna, sino una aspiración metodológica dirigida a remontar los discursos y las prácticas, para hallarlos allí donde apenas se están constituyendo, donde inician un recorrido social que los llevará a asumir multiplicidad de aspectos. Es evidente, como el mismo Foucault lo advertía, que un análisis así dispuesto no dispensa de la historia de las ideas o de las ciencias:

(...) es más bien un estudio que se esfuerza por rencontrar aquello a partir de lo cual han sido posibles conocimientos y teorías; según cuál espacio de orden se ha constituido el saber; sobre el fondo de qué a priori histórico y en qué elemento de positividad han podido aparecer las ideas, constituirse las ciencias, reflexionarse las experiencias en las filosofías, formarse las racionalidades para anularse y desvanecerse quizá pronto. (Foucault, 2002, p. 7).

Esta descripción, que Foucault elaboró para dar cuenta del análisis arqueológico de las ciencias y los saberes, puede ser recogida con provecho para describir el análisis gubernamental de la política, pues en uno y otro nivel, como dice el autor:

(...) no se tratará de conocimientos descritos en su progreso hacia una objetividad en la que, al fin, puede reconocerse nuestra ciencia actual; lo que se intentará sacar a la luz es el campo epistemológico, la episteme en la que los conocimientos, considerados fuera de cualquier que se refiera a su valor racional o a sus formas objetivas, hunden su positividad y manifiestan así una historia que no es la de su perfección creciente, sino la de sus condiciones de posibilidad. (Foucault, 2002, p. 7).

En el espacio del saber, o en las prácticas de gobierno, lo que debe aparecer son las configuraciones que han dado lugar a las diversas formas del conocimiento empírico y del accionar político.

El proyecto político implícito en el análisis de las formas de gobierno, está en línea de continuidad con la estrategia epistemológica que identifica la obra de Foucault, pues busca desestabilizar y cuestionar el presente revelando su formación contingente, su falta de necesidad. En la analítica de la gubernamentalidad, el énfasis se pone sobre aquello que aparece como necesario, pero para entenderlo como el resultado de una reunión de materiales, ideas, prácticas y otros elementos disponibles en un momento determinado, y según las repuestas específicas que vienen exigidas por los retos del gobierno.

Como lo han advertido sus más recientes críticos, el desarrollo de la analítica de la gubernamentalidad implicó un progresivo acercamiento político de Foucault al Marx de las relaciones sociales de producción. Para Etienne Balibar el acercamiento a la historia como pura materialidad era uno de los principales puntos de coincidencia entre Marx y Foucault, proyecto que se lograba en el primero analizando las relaciones sociales de producción como productoras de valor y plusvalía, y en el segundo, analizando las relaciones sociales de poder como productoras de formas de subjetividad (Balibar, 1999). La segunda coincidencia, aunque de orden metodológico, tiene profundas consecuencias políticas, ya sea que se trate de analizar la economía o el poder. Aunque la organización social de la producción actuaba como el eje transversal que organizaba los demás sistemas culturales, sociales y políticos, metodológicamente el acercamiento de Marx a las relaciones de producción permitía advertir la autonomía de los ámbitos sociales no económicos, los juegos de recíproca influencia que operaban en la sociedad, y el relajamiento de los cursos unidireccionales que explicaban de manera rígida los sistemas sociales. La metodología anti-economicista del Marx del primer Tomo del Capital, será un referente insustituible para el acercamiento de Foucault a la dinámica de las relaciones de poder. En palabras de Lemke:

(...) no se investiga la transformación de las relaciones de la economía y la política como resultado de leyes económicas objetivas sino que se la encara como una transformación de las relaciones sociales de poder. Foucault muestra que el arte de gobierno no está limitado al campo de la política como algo independiente de la economía; por el contrario, la constitución de un espacio demarcado conceptual y prácticamente, gobernado por leyes autónomas y sujeto a una racionalidad que le es propia, es un elemento del gobierno económico. En suma, en lugar de examinar el poder de la economía, la analítica de la gubernamentalidad tiene otra vez como eje la economía del poder (Lemke, 2006, p. 11).

El ángulo de la economía del poder subraya un trasfondo epistemológico y metodológico que se traduce en el uso de instrumentos conceptuales dispuestos para dar cuenta del "juego de acciones sobre acciones" en qué consiste el gobierno de los individuos y los grupos. El análisis de la economía del poder exige disponer de algunas nociones que permitan acercarse a las relaciones de poder, como "relaciones diferenciales entre fuerzas" (Lazzarato, 2006, p. 60), antes que como el ejercicio legítimo o no de una fuerza unitaria que se ejerce o se padece.

Si el análisis económico del poder no opera en primera instancia como una teoría económica propiamente dicha, ni tampoco plantea una teoría política, sino que traza las líneas de una forma -arte- de gobernar que asume la libertad y autorregulación de los procesos sociales "como una prueba, como instrumento de inteligibilidad, como verdad y medida de la sociedad" (Lazzarato, 2006, p. 64), se entiende entonces que el arsenal conceptual usado en los análisis políticos tradicionales no pueda dar cuenta de la dinámica del objeto político. La economía del poder construye sus conceptos e instrumentos analíticos por fuera de la tradición humanista y subjetivista que caracteriza el pensamiento moderno, se sustrae a la identificación de un sujeto del conocimiento y un mundo externo que funciona como correlato de ese sujeto; en último término, se niega a pasar por el criterio de la subjetividad como índice del proceso de conocimiento. El sujeto, en esta metodología anti-humanista, se ve descentrado por una infinidad de prácticas y discursos que lo desbordan, así no sea más que para encontrarlo constituido al final del proceso.

Conceptos como dispositivo, prácticas, técnicas y estrategias convergerán en el propósito de mostrar cómo se constituyen los sujetos al interior de diversas racionalidades políticas10. Por racionalidades políticas no deberá entenderse el atributo de un sujeto de conocimiento o de un sujeto político, sino la forma en que funcionan determinadas prácticas históricas. Las racionalidades políticas son la gramática que permite articular los más diversos elementos, provenientes de todo el tejido social y no sólo de la cúspide del mismo. Las racionalidades políticas informan los trazados que toman cuerpo en discursos y prácticas, pero a su vez dependen de la manera concreta en que operan estos últimos. La especificidad de esa racionalidad técnica, frente a la racionalidad de la ciencia o de la filosofía, consistirá en su dinamismo político. Las prácticas y los discursos podrán coordinarse en un momento determinado para funcionar inmediatamente después según otros objetivos y al interior de otras estrategias de gobierno, modificando las racionalidades políticas de las que inicialmente dependían11.

El poder pastoral, la razón de Estado y el liberalismo

En el curso Seguridad, territorio y población, Foucault usó la noción de gubernamentalidad para dirigirse a las racionalidades políticas de cuatro dominios históricos diferentes: el poder pastoral perfilado durante el cristianismo primitivo y contrapuesto al "gobierno de una ciudad", teorizado en la Antigüedad grecolatina (1998B); los programas de gobierno forjados entre los siglos XVI y XVIII (razón de Estado, Estado de policía, cameralismo y mercantilismo); la racionalidad gubernamental del liberalismo clásico desde Adam Smith y la Ilustración escocesa hasta Malthus y Ferguson, y la gubernamentalidad neoliberal articulada en la segunda parte del siglo XX principalmente en Alemania y Estados Unidos.

A partir de la sintética definición del gobierno como la "recta disposición de las cosas de las cuales es necesario hacerse cargo para conducirlas hasta el fin oportuno" (Foucault, 2006, p. 121), Foucault empieza a elaborar los elementos de una nueva técnica política relacionada con la gestión de los hombres (Foucault, 2006, p. 130). Esta técnica política ya no se dirigirá al individuo, en tanto sujeto de derecho según la soberanía jurídica, o en tanto individuo normalizado según la soberanía disciplinaria. Por el contrario, si alguna novedad representa el arte de gobernar a los hombres en la historia de las prácticas políticas, será el hecho de que el objetivo final estará puesto en un sujeto colectivo. Una nueva subjetividad política hará su aparición al interior de las técnicas de gobierno de los hombres, constituyendo un "campo de nuevas realidades" (Foucault, 2006, p. 101). En el mismo curso Foucault afirmará que las técnicas de gobierno surgieron como respuesta a uno de los problemas fundamentales de la modernidad occidental: la acumulación de individuos. A continuación reseñaremos algunos antecedentes genealógicos que irán conformando el arte de gobernar poblaciones.

El poder pastoral

Una de las primeras artes de gobernar que buscó sus fundamentos de existencia en las reglas inmanentes al objeto de gobierno fue el poder pastoral. Como una manera de tomar a los hombres tanto en su aspecto individual como colectivo, el cristianismo dio lugar a una "red institucional densa, complicada, apretada" (Foucault, 2006, p. 192), por medio de la cual se produjo todo un arte de conducir, dirigir, encauzar, guiar, llevar de la mano, manipular a los hombres; un arte de seguirlos paso a paso que consistía en gobernar a los hombres a partir de su propia verdad. La elaboración de una variedad muy particular de poder referida a la salvación, la verdad y la ley, permitió una "individualización por sujeción" (Foucault, 2006, p. 219), consistente en la "producción de una verdad interior, secreta y oculta" (Foucault, 2006, p. 192).

La pastoral cristiana implicará el desarrollo de unos procedimientos de individualización por medio de los cuales el pastor se ocupará de todos y cada uno de los miembros de su rebaño. A partir de una economía de la salvación12, consistente en un ejercicio de autoevaluación permanente, y de la puesta en práctica de una verdad interna que será afectada permanentemente por la red institucional en que se encuentra inscrito el individuo como parte del rebaño cristiano, el ejercicio del poder pastoral implica "toda la historia de los procedimientos de individualización humana en occidente. Digamos además que es la historia del sujeto" (Foucault, 2006, p. 219). Las técnicas de la pastoral cristiana suponían la extracción de una verdad que se encontraba en lo más "profundo del corazón de los hombres" (Foucault, 2006, p. 219), verdad que sería la regla de su gobierno.

Pero además de proponer la primera técnica política preocupada por la existencia de un sujeto colectivo, el pastorado constituirá un "preludio del gobierno de los hombres" también en otro sentido. Se trata de la mutación del concepto de economía, que pasará de la dimensión del manejo particular de la familia, según el sentido de la noción griega oikos, a la dimensión, "sino de la humanidad entera, al menos de toda la cristiandad" (Foucault, 2006, p. 222). Con el cambio de dimensión cambiará también la realidad que será objeto de intervención. Si anteriormente no podía hablarse propiamente de un modelo político de gobierno económico, en tanto este se reducía a la administración de las personas y los bienes de la familia, con el pastorado cristiano el gobierno económico asumirá su sentido propiamente político. A partir de ese momento, el gobierno de los hombres aparecerá en su especificidad frente al poder político, oponiendo las reglas de inmanencia de un poder que gobierna a partir de la extracción de la verdad de los sujetos desde "lo más recóndito de su alma" (Foucault, 2006, p. 259), a las reglas de trascendencia de la soberanía jurídica. Gobierno de los hombres y soberanía jurídica, como dos modelos contrapuestos -aunque en ciertas circunstancias se apoyen el uno en el otro-, aparecerán por primera vez en la historia política de occidente, con sus propios modos de operación y finalidades políticas.

La razón de Estado

Una posterior ampliación del campo de realidades para la intervención gubernamental se producirá a finales del siglo XVI y principios del XVII, momento en el que se presentará una ruptura del continuum teológico político de la edad media "que va de Dios al padre de familia pasando por la naturaleza y los pastores" (Foucault, 2006, p. 273), y se establece un nuevo orden de intervenciones compuesto por la realidad misma del Estado. Los discursos de la razón de Estado y del Estado de policía que hacen su aparición en este momento y persiguen el orden entendido como la obtención del equilibrio de todos los elementos internos de los recién formados territorios nacionales, informarán la aparición del Estado no como una institución, sino como un nuevo ámbito de intervención, una nueva lógica política, una nueva forma de gobierno que vendría a desplazar el gobierno del orden medieval.

Pero la aparición de la realidad del Estado no indicará la desaparición del poder pastoral, sino su ampliación. La técnica de individualización por extracción de la propia verdad, pasará ahora del ámbito de la comunidad cristiana, al ámbito de los habitantes del Estado. Así como el pastor debía conocer detalladamente cada una de las ovejas de su rebaño, el Estado deberá elaborar un conocimiento exhaustivo, una política de la verdad que se traducirá en lo que en la misma época será llamado estadística:

"la estadística es el conocimiento del Estado, el conocimiento de las fuerzas y los recursos que en un momento dado caracterizan un Estado (...) Ya no, por lo tanto, corpus de leyes o habilidad para aplicarlas cuando es menester, sino conjunto de conocimientos técnicos que caracterizan la realidad misma del Estado" (Foucault, 2006, p. 320).

De la economía de la salvación a la estadística habrá todo un campo de intervenciones para el gobierno de los hombres que se desarrollará de manera paralela al dominio jurídico del Estado soberano13.

Una novedad que estará implicada en el arte de gobernar según el principio de la razón de Estado, será la comprensión del Estado como una práctica (Foucault, 2006, 329), o más bien, como "una multiplicidad de prácticas dotadas de racionalidades particulares" (Castro-Gómez, 2010, p. 45). El Estado no será una institución o una unidad, será un campo de intervención para diferentes estrategias de poder. La preocupación de Foucault al estudiar el Estado no es responder a las preguntas de quién es el soberano legítimo; hasta dónde llega su autoridad y dónde empieza el espacio infranqueable del sujeto de derecho; cuáles son las condiciones para obtener su dominio legítimamente, y por qué se convierte en un usurpador; hasta dónde llegan las prerrogativas del soberano y cuándo se activan los derechos de resistencia de los súbditos. Estas preguntas, propias de la filosofía política, le interesarán a Foucault pero como componentes ellas mismas de una estrategia de poder, en cuya respuesta se juega todo un modelo político que puede dar lugar tanto a una racionalidad extensiva de gobierno, como las propias de la razón de Estado o del estado de policía, o a una racionalidad limitada como la del liberalismo, que hará de la promoción de la libertad la principal estrategia para el gobierno de los hombres.

La técnica de la libertad

Con el liberalismo se inicia un modelo reflexionado de gobierno consistente en conducir las conductas de los gobernados según el modelo de la economía política. El gobierno liberal es un "gobierno de procesos" económicos, biológicos y culturales, que se desentiende del intento de reglamentar estatalmente y en cada detalle las acciones y los acontecimientos que tienen lugar al interior de un territorio (Foucault, 2006, p. 325), dejando hacer, a partir de su legalidad interna, a los procesos sociales que tienen lugar en un medio determinado. En este sentido el liberalismo se diferenciaba de las formas de gobierno anteriores desplegadas bajo la razón de Estado o el Estado policía, las cuales estipulaban como prerrogativa del soberano la correcta disposición de cada uno de los elementos del reino14.

Los estudios emprendidos por Foucault con motivo de sus cursos en el Collège de France, pueden entenderse como una reconstrucción histórico-política del liberalismo. Bajo esta perspectiva el liberalismo aparece como una racionalidad de gobierno que tiene por finalidad la producción y la administración de la libertad, que es la materia propia del arte de gobernar liberal. Pero no se trata de la libertad como ideología, es decir, como una de esas realidades preconstituidas que deba protegerse de los abusos del poder soberano15, sino como el resultado mismo del arte de gobernar liberal, "cuya función consiste en producir, insuflar, incrementar las libertades, introducir un plus de libertad mediante un plus de control e intervención" (Foucault, 2008B, p. 89). Debido a la importancia que adquiere la libertad como tecnología de gobierno valga citar en extenso el siguiente apartado:

Si empleo el término liberal es ante todo porque esta práctica gubernamental que comienza a establecerse no se conforma con respetar tal o cual libertad, garantizar tal o cual libertad. Más profundamente, es consumidora de libertad. Y lo es en la medida en que sólo puede funcionar si hay efectivamente una serie de libertades: libertad de mercado, libertad del vendedor y el comprador, libre ejercicio del derecho de propiedad, libertad de discusión, eventualmente libertad de expresión, etc. Por lo tanto, la nueva razón gubernamental tiene necesidad de libertad, el nuevo arte gubernamental consume libertad. Consume libertad: es decir que está obligado a producirla. El nuevo arte gubernamental se presentará entonces como administrador de la libertad, no en el sentido del imperativo "se libre" (...) El liberalismo plantea simplemente lo siguiente: voy a producir para ti lo que se requiere para que seas libre. Voy a procurar que tengas la libertad de ser libre (Foucault, 2008B, 84).

En la reflexión política las aproximaciones conceptuales a la libertad se encuentran determinadas por la convergencia del discurso filosófico moderno y el discurso jurídico ilustrado. Mientras que en el primero la libertad es la nota definitoria de la antropología moderna, en el segundo es una realidad previa a las relaciones políticas que los dominados pueden oponer a gobiernos arbitrarios. Por el contrario, desde la perspectiva foucaultiana, para llegar a la libertad primero es necesario recorrer el camino de las relaciones de poder, y descubrir en la libertad un escenario en el que se juegan múltiples estrategias de gobierno. La diferencia estaría en que, en la primera perspectiva, el liberalismo opera como un discurso normativo que prescribe las condiciones legítimas de existencia política. Liberalismo y política aparecen así distanciados, como dos dimensiones opuestas e irreconciliables, que solo se cruzan para reprocharse sus mutuos excesos. Por el contrario, el liberalismo entendido como un arte de gobernar supone aproximarse a él desde los efectos que promueve, como una tecnología de gobierno sobre la conducta económica y moral de los hombres.

Para el liberalismo la libertad es un artefacto político (Lazzarato, 2006), un producto técnico surgido en una racionalidad de gobierno que no interviene los procesos sociales (Foucault, 2006), sino que actúa potenciando la autorregulación de los mismos. El liberalismo hace de la libertad un aliado del poder (Foucault, 2006), y sabe que para lograrlo debe hacer que las reglas que rigen la conducta de los individuos y los grupos sean inmanentes a los mismos procesos sociales en los que estos participan.

A partir del estudio del gobierno liberal, Foucault introduce algunas variaciones a su concepto de normalización disciplinaria, desarrollado especialmente en su obra Vigilar y castigar. El liberalismo da lugar a una especial forma de normalización, que no consiste en la imposición de un modelo externo al que deban adaptarse los individuos, y a partir del cual se evalúe lo normal y lo patológico:

(...) ahora, al contrario, habrá un señalamiento de lo normal y lo anormal, un señalamiento de las diferentes curvas de anormalidad, y la operación de normalización consistirá en hacer interactuar esas diferentes atribuciones de normalidad y procurar que las más desfavorables se asimilen a las más favorables. Tenemos entonces algo que parte de lo normal y se vale de ciertas distribuciones consideradas, para decirlo de alguna manera, como más normales o, en todo caso, más favorables que otras. Y esas distribuciones servirán de norma. Lo normal es lo primero y la norma se deduce de él, o se fija y cumple su papel operativo a partir del estudio de las normalidades. Por consiguiente, yo diría que ya no se trata de una normación sino más bien, o en sentido estricto de una normalización (Foucault, 2006, p. 86).

Para el liberalismo como técnica de gobierno los fenómenos sociales tienen su propia legalidad, la que posteriormente, pero sólo posteriormente, podrá proponerse como regla o norma de conducta.

Pero previo a convertirse en una técnica de gobierno que permite conducir a los sujetos a partir de su propia legalidad, el liberalismo deberá promover algunos dispositivos que permitan la creación del sujeto colectivo sobre el cual se aplicará. Las técnicas y estrategias de gobierno deben primero acondicionar un espacio para intervenir en su objeto-sujeto, pero no de manera directa, interviniendo en su naturalidad, sino mediatamente, gestionando su propia naturalidad a partir de la afectación de un medio artificial, espacio fundamental donde lo natural y lo artificial, lo externo y lo interno, lo individual y lo colectivo, lo propio y lo ajeno, lo común y lo extraño, se tejen y destejen para dar lugar a la especie humana, al sujeto político. De una manera epigramática Foucault expresa esto cuando afirma que en ese medio artificial "el artificio actúa como una naturaleza con respecto a una población que, tejida de relaciones sociales y políticas, también funciona a la vez como una especie" (Foucault, 2006, p. 46). El medio será la superficie de agarre propiamente dicha de las técnicas de poder, lugar biológico-político en el cual el gobierno mostrará su aspecto novedoso, pues no se ejerce directamente sobre el cuerpo y el alma como en la soberanía jurídica y disciplinaria, sino que opera como una "acción a distancia" (Foucault, 2006, p. 41).

En ese medio artificial gestionado por unos dispositivos de carácter económico, aparecerá la población como sujeto político del arte liberal de gobernar, compuesto de procesos naturales dependientes de toda una serie de variables como el clima, el entorno material, la actividad del comercio, las costumbres de la gente y la circulación de las riquezas (Foucault, 2005). El gobierno liberal debe permitir la circulación de flujos de personas, mercancías, enfermedades, discursos, deseos, intereses, beneficios individuales y colectivos, para lo cual creará un medio ambiente "que permita la actividad y movilidad de los súbditos pero dentro de ciertos límites naturales" (Castro-Gómez, 2010, p. 77), esto es, con el único límite de su naturalidad. Esa naturalidad será tanto biológica como emocional. Al lado de las variables económicas que inciden en la inserción propiamente biológica de la población en un medio artificial, estará el gobierno del deseo, el reconocimiento de que "no hay liberalismo sin gobierno del deseo, es decir sin la existencia de una esfera de actuación donde los individuos puedan escenificar y perseguir sus propios intereses" (Castro-Gómez, 2010, p. 83). En Seguridad, territorio y población, Foucault afirmará que el deseo es la búsqueda del interés para el individuo, y que "si se lo deja actuar y siempre que se lo deje actuar, dentro de determinados límites y en virtud de una serie de relaciones y conexiones, redundará en suma, en el interés general de la población" (Foucault, 2006, p. 97).

Se trata de uno de los planteamientos más interesantes en el desarrollo de la analítica de la gubernamentalidad, momento en el que el autor se ocupa de uno los aspectos más descuidados por el pensamiento político tradicional16. Para Foucault, a mediados del siglo XVIII surgirá la publicidad como técnica política encargada de gestionar a los hombres desde el punto de vista de sus opiniones e intereses. Las técnicas políticas de gobierno de las poblaciones tendrán un registro propiamente emocional, aquel sobre el cual surge otra de las nociones capitales del siglo XVIII: el público. Para llegar a la existencia de este sujeto político, Foucault describirá las campañas de educación -"en las que gobernar es hacer creer"- por medio de las cuales se logró "intervenir sobre la conciencia de la gente, no simplemente para imponerle una serie de creencias verdaderas (...) a fin de modificar su opinión y con ella su manera de hacer, su manera de actuar, su comportamiento como sujetos políticos" 17. Como se advierte, se trata nuevamente de la gestión de un sujeto colectivo: el público es una acumulación de individuos considerados desde un aspecto emocional, y el gobierno como técnica política muestra nuevamente su preferencia por los conglomerados sociales.

En ese campo de realidades gestionado por el gobierno liberal, que va desde lo biológico hasta lo emocional, la población se presentará en su "inserción biológica fundamental" (Foucault, 2006, p. 101), permitiendo la aparición de un sujeto político a partir del cual se extenderán los efectos de gobierno a todo el ámbito de la vida de las personas.

El gobierno de las poblaciones es un acontecimiento que se hace posible sólo en el siglo XVIII, momento en el que confluyen una serie de discursos científicos como la biología, la gramática y la economía política, y de prácticas políticas dirigidas a la gestión de la naturalidad biológica y emocional de la especie humana. En ese campo de intervenciones gubernamentales aparecido en el siglo XVIII, la vida empieza a ser objeto de interés para la política.

Conclusión

Se ha mostrado como surge la idea de gobierno de los hombres en la obra de Foucault, exponiendo la aparición de los elementos constitutivos no en una forma evolutiva sino estratégica. La obra de Foucault no se acerca de forma progresiva a una esquiva verdad universal que debe funcionar como criterio de regulación del pensamiento, sino que se hace profundamente política al pensar los retos del presente que nos constituye como sujetos. Y es que precisamente en la problematización del sujeto se encuentra una preocupación constante del pensamiento del filósofo francés. Decir que el sujeto es creado por diferentes estrategias de gobierno es decir que carece de una esencia intemporal y que posee una inestable forma que se imprime permanentemente según las racionalidades de gobierno en las que desarrolla su existencia, racionalidades en las que él puede participar activamente.

Esta falta de esencia estará dada por el hecho de que el sujeto coincide con el medio en el cual es creado, un medio constituido por notas biológicas, culturales y emocionales, combinadas según diferentes estrategias de gobierno, para la realización de múltiples objetivos políticos.

Desde la perspectiva del gobierno de las poblaciones, conceptos como sociedad civil o sujeto de derecho no aparecen como el lugar exclusivo de la legitimidad o de los límites al poder, sino como el lugar de la producción de bienes, deseos, identidades individuales y colectivas; es así que figuras tradicionales del pensamiento político occidental como el yo, sujeto jurídico, la sociedad civil no serán entendidas como sujetos prepolíticos cuasi naturales, sino como una diversidad de campos de acción e intervención, una serie de medios artificiales generados a partir de un conjunto heterogéneo de prácticas, de tal modo que su historia tendrá que ser necesariamente una historia de las prácticas y no (exclusivamente) una historia de sus correlatos filosóficos.

La analítica del gobierno se preguntará por la manera como se estructura y se moldea el medio donde se crean los sujetos así como el campo de sus posibles acciones. Este marcado énfasis en los procesos de subjetivación, por fuera de los esquemas filosófico-jurídicos e histórico-políticos, implica, como ha sido visto, la reformulación y rectificación de las cuestiones de poder. Foucault nos ayudó a entender que el poder no es sólo esa sustancia irradiada desde las instituciones estatales al resto del cuerpo social, sino también aquello que encuentra en el cuerpo social la norma de su funcionamiento.

A partir de la sintética definición del gobierno como la recta disposición de las cosas de las cuales es necesario hacerse cargo para conducirlas hasta el fin oportuno, Foucault empieza a elaborar los elementos de una nueva técnica política relacionada con la gestión de los hombres. Esta técnica política ya no se dirigirá al individuo, en tanto sujeto de derecho según la soberanía jurídica, o en tanto individuo normalizado según la soberanía disciplinaria. Por el contrario, si alguna novedad representa el arte de gobernar a los hombres en la historia de las prácticas políticas, será el hecho de que el objetivo final estará puesto en un sujeto colectivo. Una nueva subjetividad política hará su aparición al interior de las técnicas de gobierno de los hombres, constituyendo un campo de nuevas realidades. A partir de allí Foucault afirmará que las técnicas de gobierno surgieron como respuesta a uno de los problemas fundamentales de la modernidad occidental: la acumulación de individuos.

Pies de página

1.Especialmente en los cursos publicados en: Foucault, 2006 y 2008.

2.El gobierno de la conducta -de los otros o de sí mismo- en Foucault es un modelo político descentrado, que no supone la preexistencia de los grandes conceptos políticos de la modernidad como el estado, el partido o la sociedad civil, considerados como centros o núcleos de los que surge la acción de gobierno, sino que es la descripción de una economía de poder que se ejerce de manera horizontal y concibe la libertad como un medio moldeable sobre el cual se aplican las más diversas estrategias de poder.

3. Aunque desde comienzos de los años 70, Foucault, (2009A) y (2009B), se opone explícitamente a una concepción del poder en términos de un ejercicio exclusivo de represión y violencia, toda su obra puede ser entendida como una aproximación al carácter creativo del poder: creador de sujetos, ideas, discursos, etc.

4. "Por lo tanto para Nietzsche, el conocimiento es de la misma naturaleza que los instintos, no es otra cosa que su refinamiento. El conocimiento tiene por fundamento, base o punto de partida a los instintos pero sólo en tanto éstos se encuentran enfrentados unos a los otros, confrontados. El conocimiento es, pues, un resultado de esta confrontación, un efecto de superficie. Es como un resplandor, una luz que se irradia aun cuando sea el producto de mecanismos o realidades de naturaleza totalmente diversa. El conocimiento es el efecto de los instintos, es como un lance de suerte o el resultado de un largo compromiso. Dice Nietzsche que es como una centella que brota del choque entre dos espadas, pero que no es del mismo hierro en que están hechas las espadas" (Foucault,1998A, p. 32)

5."Las disciplinas reales y corporales han constituido el subsuelo de las libertades formales y jurídicas (...) Las luces, que han descubierto las libertades, inventaron también las disciplinas", cfr., (Foucault, 2008, p. 225).

6.Es innegable que la obra de Foucault fue bastante fiel a una comprensión relacional del poder, en la que este no solo se padecía o se ejercía sino que se ejercitaba permanentemente, de tal forma que los trabajos agrupados bajo la llamada "hipótesis represiva" no abandonaban dicha comprensión sino que más bien enfatizaban las relaciones represivas.

7."Para analizar las relaciones de poder apenas si disponemos por el momento no más que de dos modelos: el que nos propone el derecho (el poder como ley, prohibición, institución) y el modelo guerrero o estratégico en términos de relaciones de fuerza" (Foucault, 1981, p. 162)

8.Para decirlo con Lemke, se trataría más bien de que el concepto de gobierno "no excluye el consenso ni el recurso a la violencia sino que implica la reformulación de la coerción o del consenso como medios de gobierno entre otros: más que fundamento o fuente de las relaciones de poder son sus efectos o instrumentos" (Lemke, 2006, p. 12)

9.Tampoco se trata de correr el velo de la ideología, pues en la analítica foucaultiana, la ideología no sería un factor de obscuridad, sino un componente mismo de la mirada. Para una visión parcialmente convergente en este punto, véase, Ricoeur, 2006)

10."Las mentalidades (racionalidades) de gobierno, desde este punto de vista, son precisamente tan visibles en las prácticas y relaciones en curso como en las declaraciones formales gubernamentales" (Lemke, 2006, p. 4)

11.Este punto ha sido reconocido por un importante autor australiano: "Para evitar las dificultades asociadas con la creación del poder como un nuevo sujeto, motor o lógica de la historia, Donzelot ha sugerido que este debe ser reconceptualizado en términos de tecnologías, programas políticos y estrategias. En esta conceptualización, las tecnologías, de las cuales el Panóptico y el seguro son sólo ejemplos, emergen como formas de activar y gestionar una población siempre múltiples, locales, entretejidas, coherentes o contradictorias. Las tecnologías, aunque tienen su propia dinámica, se desarrollan fundamentalmente en función de su rol con respecto a programas específicos" (O Malley, 2006, p. 69)

12.Esta economía de la salvación se definirá "primero, por un juego de descomposición que define a cada instante el equilibrio, el juego y la circulación de los méritos y los deméritos, digamos que no es una identificación de estatus sino de identificación analítica. Segundo es una individualización que no se llevará a cabo por la designación, la marcación de un lugar jerárquico del individuo. Y tampoco por la afirmación de un dominio de sí mismo, sino por toda una red de servidumbres que implica la servidumbre general que todo el mundo tiene con respecto a todo el mundo, y al mismo tiempo la exclusión del yo, la exclusión del ego, la exclusión del egoísmo como forma central, nuclear del individuo" (Foucault, 2006, p. 219)

13.También la técnica del Estado de policía es heredera del poder pastoral, un poder caracterizado por el establecimiento de una serie de reglas dirigidas a lograr la individualización por sujeción a partir de la extracción, lo más detallada posible, de la verdad interna de todos y cada uno: "en el orden de lo que hoy llamaríamos política interna, ¿qué implica el Estado de policía? Pues bien, implica justamente un objetivo o una serie de objetivos que podríamos calificar de ilimitados, en cuanto la cuestión, para quienes gobiernan ese Estado, pasa por tomar en cuenta y hacerse cargo de la actividad no sólo de los grupos, no sólo de los diferentes estamentos, esto es, de los diferentes tipos de individuos con su estatus particular, sino de la actividad de las personas hasta en el más tenue de sus detalles. En los grandes tratados de policía de los siglo XVII y XVIII, todos los que cotejan los distintos reglamentos y tratan de sistematizarlos coinciden en esto, y lo dicen expresamente: el objeto de la policía es un objeto casi infinito" (Foucault, 2008, p. 22)

14."El gobierno liberal surge críticamente en relación con este poder estatal excesivo y omnipresente. Su ámbito no es el topos geométrico del territorio sino el espacio profundo y tridimensional constituido por los procesos biológicos que conforman la "población", los procesos económicos que conforman la producción y el "mercado" y los procesos culturales y civilizatorios que componen la "sociedad civil". La población, el mercado y la sociedad civil o la sociedad tout court, emergen en la grieta abierta por las críticas a un Estado desmesurado y ubicuo. El laissez-faire del liberalismo clásico no equivale a un abstencionismo gubernamental: el Estado debe adoptar las medidas necesarias para permitir que la economía, la población y la sociedad civil se autogobiernen a partir de su propia legalidad interna" (Vásquez García, 2009)

15.Foucault no deja de mofarse de los acercamientos más idílicos de la teoría política liberal "que ve en los legalismos universales de la sociedad (en la igualdad formal, los derechos y la democracia parlamentaria), límites impuestos por una comunidad societal libre (compuesta de individuos soberanos) sobre el ejercicio del poder" (Cohen, J., & Arato, A., 2002 p. 305)

16.Aunque múltiples perspectivas han empezado a interesarse por el alcance político de aspectos culturales y simbólicos como las emociones, el deseo o la imaginación, no podrá negarse que el pensamiento político dominante desatiende estos aspectos por considerarlos secundarios frente a los "grandes problemas" del pensamiento político como la legitimidad, el Estado o el sujeto de derecho. Para un acercamiento desde la sociología a aspectos culturales, simbólicos como las emociones y los sentimientos puede consultarse la obra de González García, (1998 y 2006)

17."[el público] es la población considerada desde el punto de vista de sus opiniones, sus maneras de hacer, sus comportamientos, sus hábitos, sus temores, sus prejuicios, sus exigencias: el conjunto susceptible de sufrir la influencia de la educación, las campañas, las convicciones", (Foucault, 2006, p. 323)


Referencias

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